Un sonido retorcido, metálico y acústico, como de cuerda de guitarra al romperse. Despierto en la madrugada –a oscuras, en negros y grises; el cuarto muerto- y me doy cuenta de que algo ha estado durmiendo en el otro extremo de la cama. El viento se cuela por la ventana y abraza mis pies descalzos. El frio truena en mi cabeza.
Alguien, con una voz más triste y lenta que la de la lluvia, murmura nocturnos y conjuros de noche. Una armonía moribunda que viene de ahí, del otro lado.
Me escurro lentamente bajo las sabanas, para observar. Y es la lágrima, y es la noche, y es la melodía, ya muda. Y es la cajita musical rota en el suelo de mi cuarto, y la bailarina de cristal, que ahora es polvo de estrella que vuela con el viento y escapa por mi ventana.