Escondido en la alacena
un jarrón de porcelana sigue guardando una rosa, está marchita y aún clama. Clama tu nombre y el mío y, en cada pétalo seco, entrelaza dos cuerpos con la distancia por medio… En éste mundo, qué afán, por destruir el amor. Y sobre el empeño inútil… Perdurando la pasión. Cuando se acerque ese día en qué el cuerpo se desploma… Ha de temblar la alacena. Se ha de deshojar la rosa. Querrán arder las palabras escritas en cada verso que a lo largo de una vida, marcamos con el secreto. La retina de éstos ojos - y de los tuyos también- podrán leer en el fuego la nobleza de un querer. Y aunque el papel arda en lágrimas, nunca quemará palabras. El papel se hará cenizas. Sobre las cenizas… Dos almas.