Por instantes te volvías invisible,
escapábamos en las noches de fiesta.
Apenas cubiertos por la penumbra de tu casa,
tus pechos pequeños, tus piernas gruesas tocaba.
Esas que no se negaban a la petición
cuando, por suerte, te hallaba sola.
Hablábamos y caíamos en tentación.
Apreciaba en grado sumo tus estrecheces.
Tu sabor de mujer tropical,
las habilidades de bailarina,
sumado a algo tuyo, una cualidad elusiva.
No sé cómo llamar a tu esencia
pero puedo decirte piel de melaza y vailnilla.
En esas pocas noches de verano
de tí aprendí a morder los labios con destreza
y a dar la dosis justa de dolor que enloquece.
Mi longitud toda embebida en tu boca gruesa
con facilidad, avidez y gracia.
Tú me enseñaste a jugar con el clítoris
y llevarte al borde de la locura.
Con lascivia y locura decías mi nombre
alargando el sonido al final.
Ante mí eras un libro abierto,
todo un menú de los sentidos.
Contigo quise sobrepasar mis límites:
Empujar mas allá las notas
de tu ritmo interno, caliente.
Aferrado a tus hombros, mordiendo tu oreja,
oprimiendo tus nalgas de ébano pulido,
se sentía muy bien tu recoveco prohibido.
Prohibido a otros, pero no a mí.
Fuiste como una fuerza de la naturaleza,
arrasando con todo lo vivido anteriormente.
Un rastro de lujuria dejaste marcado,
los recuerdos mas intensos que conservo.
Todavía te veo, pero ya inalcanzable...