Llegó a mí puerta, la
guardadora; me asomé a
abrirle y nunca tocó, yo había
dejado colgado en percha todo
el linaje que Dios me dio.
Cuando su mano tocó mí
orgullo ella en seguida del
sitio huyó, me echó en su bolso
junto a un libro que entre sus
hojas me aprisionó.
Aquí estoy, ya enrojecido de
soledad sin que ahí viva el
corazón que mis aromas
embriagarán, perdido entre
estas hojas de frialdad
donde he venido a recalar.
PABEDIZ…