A veces, en algún cortísimo lapso de mi día, muy a veces, me sorprendo con deseos de no odiar a nadie.
Y entonces ignoro la ponzoña que despierto en los otros Y los aguijones que me buscan lucen más lejanos que la luna, ajenos a mi piel por la distancia.
A veces intento amar a los que me hacen daño. Me sorprendo algún instante sonriéndole a quienes me persiguen con sus dagas. Me insisto en que es bueno dejarlos pasar de largo con sus envidias y sus intrigas contra mí. Entonces miro a otros lados y me concentro en lo bello de cada día, a pesar de esas presencias enfermizas que me amenazan.
A veces guiño el ojo a quien me hiere con su palabra matutina. Y sigo de largo a pesar de los improperios cotidianos de quienes no me aceptan por ser distinto, por no encajar en sus modelos. Sigo de largo en busca de paisajes más fecundos para mí.
A veces privo a mis oídos de esas voces necias que insisten con sus reproches infundados y me ocupo en mi vida y nada más. En vivir. Esa es mi opción ante ellos. Entonces dejo que mi día transcurra entre aquellos que alimentan mis ganas de hacer las cosas bien. De hacer el bien.
A veces logro preponderar a los que me arrancan carcajadas sobre aquellos que hacen fruncir mi ceño con su sola presencia. Sólo a veces. Muchas veces en el día.
Sólo esas veces me siento totalmente lúcido, y disfruto de la vida plenamente mirando el lado amable de quienes no se ocupan en lo mismo