La fiebre ya
cansina golpea la cabeza del escribidor:
“Gimotea
las palabras
Cual
embrión
En
umbral de aborto (…)
El tiempo y la
enfermedad no se apiadan de él; qué síntomas son esos garabatos en su piel? El
escribidor continúa:
Parapeto
de mi enfermedad
Que me
dura como síntoma (…)
Apenas se dibuja
su silueta en la penumbra; sus sollozos decoran su larga estancia en el lugar:
Esta
cuasi levedad de mi ser (…)
Su cuerpo desnudo
expuesto como su más íntima libertad; la piel limpia como el papel:
Embrujo
y locura
Derrotero
de una insistencia
Declaro
que estoy cuerdo
Declaro
que se equivocaron
Declaro
que aún existo.”
En ese insólito lugar,
el escribidor se había agenciado de una filuda y pequeña navaja y con él, había
escrito ésto, inmune al dolor, garabateo una parte de su cuerpo como queriendo
protestar por su encierro, y tal vez, sellando con él, alguna condena real o ficticia.