Guarda en su mente un recuerdo
que al evocarlo, estremece su alma,
quizás para otros no tenga sentido,
pero para él, que lo ha vivido,
siente que es parte de lo que es, y lo que ha sido.
Joven aún fue a la plaza
con la única ilusión de ver los toros.
Sin dinero en los bolsillos,
solo su afición llevaba consigo.
Deseaba con ansias ver a su torero preferido,
quería ver una faena que no quedara en el olvido;
pero sin dinero, ¡qué locura!
que lo llevó a emprender tamaña aventura.
Desde afuera se escuchaba a los músicos
que tocaban para dar inicio al paseíllo,
los clarines sonaban dando inicio a la corrida.
Qué tristeza, que amargura, ¡quedarse fuera!
por no tener unas monedas,
solo unas cuantas monedas
para tocar el cielo, para alcanzar la gloria
para sentir la dicha que guardaría en su memoria.
Cabizbajo y muy dolido se alejó de aquella plaza,
un dolor profundo le embargaba,
nunca más se dijo, nunca más me pasara lo mismo.
Volveré como un señor, se decía,
con un pañuelo de seda y un habano entre los dedos
para aplaudir al mejor.
Quiero tener lo necesario, vivir con la frente en alto;
para cuando pasen los años, poder decir con orgullo:
yo me compré mi entrada, sin que nadie me lo diera,
y no como la vez primera, que estando afuera en la plaza
sentir que fui un fracaso;
todo fue una quimera.
Eduardo Angeles De Rivero. Todos los derechos reservados
Agosto, 2009