¡Oh Señor!, abrazarte para siempre
ligando fiel mi corazón al tuyo;
enlazándome a ti, sin distraerme
en los sombríos laberintos suyos.
Comer sólo el maná de tus palabras
ignorando la voz de mis instintos,
siervos, en yugo que el pecado labra
tras seducirlos en su cruel recinto.
Conociendo tu fuente inagotable,
cuyas aguas resuelven mis desiertos,
cual duna sedienta, igual de inestable,
sigo recayendo hacia pozos muertos.
No quiero traicionarte y te traiciono.
Deseando obedecerte, me rebelo.
Creyendo estar muy firme, me desplomo.
Inútil vasija. Pedregoso suelo.
Con piedad infinita me demuestras
que mis nobles esfuerzos son vapor.
Que mi ardiente faena es obra muerta;
harapos indignos, sin ningún valor.
Del precario aposento en que se gesta,
suba a ti, perpetuo, mi tenaz clamor;
pues todo mi sustento está en tu diestra
y no tengo otro amparo que tu Amor.