No existe sitio tan bajo donde podamos caer
del que la mano Divina no nos pueda devolver.
Mas si en sendas de egoísmos insistimos deambular,
nuestra alma hastiada de males, su voz no sabrá escuchar.
El corazón enviciado solo ve lo material,
y una vez que lo ha logrado, sigue en su angustia inicial.
¿Cómo habrá de sustentarnos nuestro precario saber
asfixiado en arrogancia y a punto de perecer?
El témpano que observamos indolente en su flotar
solo es un fragmento escaso de montaña colosal.
El pecado nos degrada, menguando nuestra visión.
¡Hay tanto que no sabemos, frente a cada decisión!
Pedimos que Dios actúe como vulgar marioneta
exigiendo que apresure nuestras alocadas metas,
y perdemos los manjares que Él nos ha preparado
agregando más espinas a su cuerpo lacerado.
Dejemos que nos alcance el amor incomparable
de esos brazos extendidos a través de las edades.
Solo Él puede lavar el barro de nuestro espanto
y hacerlo todo de nuevo desde el hueco de su mano.