Me remiro en tu tez acicalada
por el fulgor de la agraciada luna;
que nos alumbra en esta noche bruna
que no concede turno a la alborada.
En sigilo me robo tus miradas;
mientras se reproducen una y una,
en el mago cristal de la laguna,
caricias, en la piel encarceladas.
Palpo a ciegas tu rútila melena,
que despacio se enreda entre mis manos
entretanto te abrazo y te hago mía.
Me dices tan tranquila y tan serena
que el sol está viniendo en pasos vanos,
que la noche no acaba todavía.