¿Para qué creer?
Primero: para poner un ancla al albedrío,
que no es lo mismo que poner grilletes,
si un barco en una tempestad se encuentra,
echar el ancla le evitará estar al garete.
Un ancla que sirva a la vez de esquife,
indicando a cuántas brasas del fondo está la quilla,
lo mismo para no encallar que impedir
bogar en atolones sin fondo y de peligro.
Creer nos da una dirección para escoger
los vientos que impulsen la vela del navío,
pues dependiendo de cual sople y nos conduzca,
será el puerto en que lleguemos a destino.
Creer es, en las noches quietas, más obscuras,
la posibilidad de hallar con el sextante,
la estrella que nos indica a dónde estamos,
o el faro que nos conduce entre arrecifes
y cantiles llevándonos por rumbo firme
y seguro a buen fin, a cargar las bodegas y alacenas,
de provisiones y riquezas, de las cuales las mejores
son las que no provocan la ambición de los ladrones,
y las que no perecen con el tiempo: espirituales.
Creer, para enseñar a los grumetes las artes y dotes
requeridos para navegar tranquilos a través de mares
que pueden ser crespos o tranquilos. Que al fin vivir,
lo dijo ya el poeta es ir dejando tras de sí estelas, no caminos
que marchamos por mar y no por tierra por la vida.
Y cada cual ha de llegar a su destino.