El amanecer llegó solitario,
y el hombre en la silla
contemplaba el final
de cualquier esperanza.
La vida era un latón pobre,
iluminado por la tristeza
de moribundos cirios,
un cuerpo arrojado con su vestimenta vieja.
Algunos vecinos lloraban en silencio,
los hombres bebían.
Una vieja rezaba un rosario misterioso,
las otras señoras pensaban en su propia muerte.
Y esa sombra recorría todos los corazones,
la mujer en la urna se reía,
ella sabía todos los secretos del "Más Allá",
Ya no sentía terror, ni locura.
Su rostro estaba sereno y frío,
por eso le temían y rezaban.
Llegada la última hora,
la dejaron en el cementerio,
ahí quedó, sumergida en las sombras,
sola, ya sin su sonrisa,
contemplando la oscuridad de su primera noche.
La morada final: una caja, el silencio,
el deseo de gritar, de escapar, arañar la tierra.
Todo era inútil, pero ella, se resistía,
tenía la vaga esperanza
de escapar y mira aunque sea
una sola vez, la cara triste de su compañero,
ella no lo sentía a su lado cómo siempre,
él no estaba en la caja,
permanecía en la misma silla... llorando
esperando mirarla entrar
con el tarro de café: "tómatelo, Juan..
con cuidado, que está caliente"