Recuerdo aquella noche en que ella partió,
Cuando, a mi lado, su último aliento exhaló.
Qué triste fue su partida,
cómo se me abrió una herida
dentro de mi corazón.
¡Qué noche tan negra, fue la noche aquella!
En que a mi dulce, querida y enferma doncella,
la cruel muerte, de mi mismo lado, se la llevó.
Qué triste y qué sola, ha de haberse marchado,
dejando todo lo que, en su vida, había amado
durmiendo inocente,
como duerme la gente
que no tiene mayor preocupación.
¡Oh muerte! Quizás dulce para aquella que parte;
pero yo, las gracias no puedo ni darte,
porque sin previo aviso tú te la llevaste.
¡Cómo duele el recuerdo!
De esa, su triste partida.
Pero el tiempo nos sana, de la muerte, su herida.
Y, entonces, se enciende la fe
en Dios, y pidiendo de Él su consuelo,
rogamos que allí, en el mismo cielo,
a la par de Dios, ella esté...