En el camino de la imprudencia
me encontré con un viandante.
Caminábamos buscando
el horizonte donde se unen
las paralelas lontananza.
El lugar donde el Supremo Juez
espera a todos tras la muerte.
Esa frontera que cruzaremos todos
fatalmente, unos con miedo,
otros confiados a un nuevo
amanecer detrás de los majanos
de un nuevo parto,
inmaterial, fuera del tiempo.
La incertidumbre;
ese tamo de indecisión
que leuda la confianza
y la aniquila, nos condujo a
una sorda batalla de conceptos.
Los hombres somos tan necios…
que no vemos más allá de las narices
de nuestra propia soberbia.
Que todo lo mide y lo sopesa
como si el alma fuera susceptible.
Y Dios, un espécimen de fuerza
comprensible.
Tan ciego fue mi compañero,
como yo torpe, él para comprender.
O yo para entenderlo.
Que antes de llegar a la estación
nos separamos.
Para extraviarse cada cual en su desierto.
Este Mundo de cosas imperfectas,
de humanos procesos defectuosos,
es tan necio; que por eso
piensan los gnósticos que
es obra del demiurgo, mentiroso y perverso.
Ignorando lo que dice la Escritura:
que vio Dios que todo lo que había sido Su factura
era bueno. Y reposó.
Somos los hombres,
seducidos por el diablo,
quienes echamos a perder la perfección
de nuestra tierra.
Si no lo creen; miren al cosmos
que siendo inmenso, Alguien
(que no viene de Sirio, ni mora en un planeta)
con mejor economía que la del hombre.
Que diseñó los Cielos y la Tierra,
los sustenta, los coordina y los moldea.
Los llena de hermosura para asombro
de quien los observa, y escudriña.
Sea un poeta o un astrónomo.
Sea un mago o un profeta.
Por eso, antiguo compañero de camino,
bueno es que sepas, que Dios se encuentra
más allá de nuestra ciencia,
y lo que sabemos hoy es nimio.
Como nimia es nuestra sabiduría
y egocentrismo,
Según la contradictoria definición de nimio,
que prefieras.