Lleno de ventanas
y de luz tenue que entra por ellas,
un aire fresco
y doscientas veinte preguntas en mi cabeza
aterrizan desesperadas en la mesa.
La vista a las montañas es hermosa
y el silencio interpretado por los pájaros
es más que auspicioso.
La cama deshecha,
la almohada aplastada,
la ropa tirada
y una sonrisa distraída que asoma en mi cara.
El agua de mar llega a mí
pero ya nada me alivia.
Anoche terminé cansada aquí,
después de mucho tiempo de ir a contraviento.
El balcón mira hacia cuatro árboles altos
y hacia una nube que parece una cascada.
Finalmente me siento encerrada.
Todo: demasiado grande
o exageradamente pequeño
inunda la naturaleza viva
que ante mis ojos simula un cuadro
pues llevo mi cámara a cuestas.
Las fotos no llegan,
nada iguala esta belleza.
Llego tarde al amanecer
aunque me he levantado temprano
y todavía no ha salido el sol.