¿Supiste de los barcos que yacen en el fondo del mar?
Por ciertos minutos de marea desbordada se llenaron de un montón de bostezos de un montón de almas.
Señores que encomiendan palabras clamorosas y esbozan corazones de otros tintes, corazones en zonas donde la cabeza se rezaga mirando por encima de sus hombros y la mente los destroza como en carrera al límite del pensamiento.
En dos pasos puedo perderte para siempre de mi vista, si te miro de lejos, en cuatro pasos si te miro con mis lentes, pero de enfrente mío, puedo perderte en menos de un paso, no con mi visión, sino con la tuya…
Nunca pudiste mirar con mis ojos y yo siempre intente mirar con los tuyos, pero me descuartizó la claridad, y su excelencia me propinó incesante jaqueca.
A veces pienso que no tengo superpoderes, pero siempre que en mí se aparece tu imagen, redescubro la fuerza que tengo que hacer para bancarme este desierto sin vos, y ya entonces dejo de desconfiar de ello.
¿Acaso no querrás cerrar una puerta que ya habías cerrado?
Vida de ojos claros, espejo de mis mejores actos y burla de mi grosera apariencia masculina, no quisiera tener que pincharme con estrellas para que me puedas ver sobreprotegiéndote, contemplándote (no otra vez).
Recuerdo la vez pasada, había dejado mi café a un lado para hablar con vos, y seguía hirviendo cuando ya habíamos hablado lo suficiente para tú criterio, para tú criterio y no así el mío.
Por otros relojes cambiaría el tuyo, por aquellos capaces de marcar la hora para un cierto encuentro, para marcar el momento de dar un gesto afectivo y el tiempo de responder una correspondencia olvidada.
En las manzanas que recorren mis angustias se ofertan tus abandonos y mis intentos, y por obligación la lluvia desbarata un destino para empezar con un nuevo amanecer a escribir otro, y otro, y otro...
Ahora ya, ¿supiste de los barcos que yacen en el fondo del mar?
Un viaje al interior del vapor de tus amenazas en hervor y un entierro egipcio a los falsos testimonios, a las mentiras salvadoras.
Y otro viaje a los sedimentos de todas mis palabras evaporadas, donde quizá sólo encuentres sales y cristales, pero serán sales y cristales purísimos, porque mis palabras fueron puras, sin agregados, sin engaños y con corazas de verdades.
Por un desfiladero de voces humanas, aparentemente humanas, sopla uno de los vientos más fuertes, vientos que los navegantes suelen llamar huracanes, ellos les hunden sus barcos, ¡ellos los hunden!, ¡y ellas nos hunden!, ¡esas voces nos hunden!, las de los demás…
P.D.O