Luis Santiago Nolé

Lo lamento

En solsticios y equinoccios -el frío en calor- te suplicaba, te pedía, de rodillas me cansé, me humillaba. Me oías como el roce de las olas del mar en una montaña, y sólo eso; te importaba como la Luna enamorada cuando dormías, y nada más.


Mis labios te hablaban, pero tus oídos eran sordos, sordos como un ciego, y aún más; te decían, ya sin dignidad: - Sólo escúchame y muérdeme, arráncame, que sólo tú puedes sobre mí hacer tu imperio.


Mis ojos desvelados, hora a minuto, no se cansaban de verte, no se saciaban aún soñando, pero en tus sueños no era yo.


Te sentía cerca, porque estabas cerca, aquí, dentro de mí, acorrucada en mi pensar diario sin otra cosa más que pensar, porque no lo había, eras tú toda la creación en el mundo.


Degustaba, sin siquiera tenerte, tus besos suaves y tiernos, tu sudor ardoroso como el hielo quemante, tu piel cubierta de vainilla, pero tú no lo sabías así, te perdías en el lodo.


Tu aroma a esperanza mía lo tuve, mas se fue por tu ignorancia bruta, tu megalomanía, tú y tú, y mi estupidez de quedarme en ti.


Y así paso la vida, tuya y mía, distante, desorientada, indistinta para ti, sin mí, sin ti, sin nadie, como desconocidos en lugares de la misma casa donde se comparte solamente el aire.


Y ahora es la sorpresa, es por eso que el reloj tiene manecillas para dar vueltas al tiempo, vienes a mí, a mi rostro y, sin aliento, me dices: - Lo lamento.