Las más veces queriéndote, las menos
diciéndome que amarte no conviene;
así, ¡Dios mío!, el corazón me tiene
escuálido entre ungüentos y venenos.
Pues viendo a tus amores como ajenos
mi pecho cautivado se entretiene
guarda que aguarda y ni por cerca viene
su parabién con los augurios buenos.
Valga decir que en cuanto se detiene
también mi alma al extraviar los frenos
-y en yéndose hacia tí- no se previene
de ver si acaso con lo cual, amenos
vendránle tiempos que desencadene
tu pecho amante, de armonía llenos.
Elmer Cortez