Jesús Lantigua

NOCHES ETERNAS

 

Bajo el ártico de enero

dejando nocturnas huellas

el cofre de las estrellas

tiñe de plata su alero.

Vuelve la luz al estero

develando los parajes.

Mil terrenales celajes

descienden desde los pinos

y en detalles del camino

se esconden umbríos trajes.

 

La playa luce su encanto

cuando el arroyo derrama

un agua dulce que clama

por esa unión sin quebranto.

Es una especie de canto

simulada dispersión.

Hay una muda abstracción

cuando disueltas sus piezas,

la luz del rompecabezas

vuelve a romper la fusión.

 

Pasa el reloj terrenal

enmudeciendo el paisaje,

el agua es sólo oleaje

tras el destello virtual.

La tajada celestial

riela trémula en el espejo

de la playa, donde un rejo

asoma desde la roca

y en una carrera loca,

de espaldas, se va un cangrejo.

 

Tras la noche que ha dormido

en silencio los colores

llegan primeros albores,

de un rosicler encendido.

La bruma que ha descendido

 besa apasionada al mar.

Y en el cerco del manglar,

en la vegetal axila,

un llanto de clorofila

no deja el lagrimear.