Luis F. Barrantes

Atardecer en el Golfo

Desde lo alto del cerro se contempla el mar profundo, plácido, calmo, teñido de un
azul verdoso. A mis pies, el verde intenso de la selva, ofreciéndome su
frescura y silencio, se abre invitando a adentrarme en ella. A lo lejos, en la
línea del horizonte, se dibujan las montañas lejanas, que, teñidas de añil,
duermen plácidas y orgullosas de haber vencido al mar, que ya, ha mucho tiempo,
trató de impedir que ellas surgieran, quitándole un espacio vital.

Las nubes, arremolinadas sobre las montañas, tratan de impedir, como en un juego
infantil, que el sol, con su luz vivificadora, traspase sus dominios e ilumine
el paisaje; pero éste, poco a poco, se abre paso e ilumina los penachos de los
montes, que se coronan de un rubio intenso, y el mar distante presenta,
entonces, una cinta de plata de forma horizontal, dándole el triunfo a la luz,
tan necesaria para la vida.

Poco a poco, esa cinta de plata se transforma en un camino vertical, que desde la
playa que abajo se divisa, se traza sobre el mar, hasta el horizonte,
encendiéndose de oro y fuego, al igual que el cielo que se refleja en el agua
del profundo mar.

Un poco a la derecha, las luces distantes de un pueblo, que dormita a los pies del
verde mar, se encienden y comienzan a titilar, como titilan las estrellas que,
muy pronto, la negra noche permitirá que se manifiesten. Un poco más allá, por
encima de un cerro, las nubes han triunfado en su lucha
contra la luz y presentándose oscuras y tenebrosas, anuncian una tormenta que
ruge en la distancia; sólo permitiendo que, de vez en cuando, un poco de luz,
relampagueante, anuncie su presencia.

Es en este momento, de una intensa calma, que mi pensamiento se dirige a lo alto,
y con mucha reverencia y sintiendo un inmenso amor, elevo la vista al cielo y
doy gracias al Padre Eterno por su magnificencia, su misericordia y su perdón.
Y, pensando en todos ustedes, agradezco
al creador por el don de la vida, el don del amor y, pensando en nuestros seres
queridos, y en toda la humanidad que ya ha partido y se encuentra reunida Su alrededor, el don de su SALVACIÓN.