La tarde aquella, en que te conocí,
sentada en la arena del río;
pude comprender, que en tus labios de rubí;
está el elixir que desvanece el hastío.
Al preguntar tu nombre, me dijiste: Rosa,
y dentro de mi me dije: “¡esta muy bien!…
” Brindaste una sonrisa, y al verte hermosa,
yo dije: “¡Dios mío; hazme jardinero también!…
” Mi vida oscurecida por la amargura,
en tus ojos de lucero se piensa iluminar;
solo quiero, de tus labios la dulzura,
y junto a ti, un bello sueño, poderlo realizar.
Aunque dijiste que tu corazón tiene dueño,
se que para mi hay un espacio en él;
y aquella noche un ángel me dijo en sueño,
que tus labios tienen dulzura de miel.
Yo solo quiero de tu corazón un espacio,
y con emociones nuevas hacerlo latir,
entrar en el, muy lento…, muy despacio….,
sin causarle dolores ni hacerlo sufrir.
Desde esa misma tarde me sentí enamorado,
y es algo, que yo mismo no puedo creer;
y al ver tu rostro tan lindo y sonrosado,
pensé: ¿Dio mío…, nos volveremos a ver?.
Y aunque no soy celoso, del agua tuve celos,
porque todo tu cuerpo lo pudo recorrer;
quise ser el agua; con todos mis anhelos!....,
pero comprendí, que el agua no deja de correr.
Yo solo quiero nutrirme en tus entrañas,
como el oro, en el centro de las montañas;
yo te quiero, y te envío mis amores;
como el alba le envía, el rocío a las flores.
Podrás matarme si me engañas,
porque de mi corazón la dueña eres;
y nunca te arrancaré de mis entrañas,
así tu digas que no me quieres.
Quiero ser tu esclavo, y tu, mi señora
porque a mi cariño tu le encantas,
por eso te brindo un alma que te adora;
como la luz, la aurora, cuando te levantas.