Un viejo tronco sobre la playa descanza,
su larga vida, en paz, habiendo entregado,
a su alrededor, cangrejos, en alegre danza,
buscan nutrientes que la mar ha dejado.
La blanca espuma que, a la playa, llega,
al viejo tronco viene a buscar,
y en muchos intentos, en que la espuma no ceja,
a visitar lejanas tierras, lo viene a invitar.
Pero el viejo tronco a su playa blanca se niega a dejar,
y, a sus amigos cangrejos, no quiere abandonar.
Mas el mar bravío, con su espuma blanca,
socavando su base, lo hace titubear;
entonces el tronco, con nobleza franca,
se abandona a la fuerza que le presenta el mar,
y lento, muy lento, al vaiven de las olas,
cual navío sin rumbo, inicia a flotar.
Un coro de aplausos, que la resaca arranca,
de piedras rodadas, que la misma resaca,
en la playa blanca vino a enterrar,
despide al tronco que, en su lento flotar,
inicia su viaje hacia tierras lejanas,
a las que la blanca espuma lo vino a invitar.
Pero el mar, ciertas veces, con mentiras vanas,
engaña a los árboles que visita en pleamar,
y con oleaje fuerte, sin un solo aviso,
devuelve a los troncos, que en su agua mansa,
como grandes navíos, osaron flotar.
Entonces el tronco, despertando de un sueño,
en la playa blanca, de la que era su dueño,
en sus quietas arenas se deja, de nuevo, enterrar...