En una inmensa pero modesta casa vivía un viejo orfebre con su familia. Con el tiempo sus hijos crecieron y cada uno hizo su vida lejos de la casona donde nacieron y se criaron.
Allí estaba el viejo orfebre con su esposa pasando los años de ancianidad en el silencio de aquella vieja casona.
El viejo orfebre tenía como costumbre asomarse en la ventana en tiempos de primavera y disfrutar el colorido de las flores. Un día observando el jardín el señor orfebre observó una flor inmensa de vivos colores que se imponía a todas las otras flores del jardín y seguramente por eso no se dejaba cortejar ni de pajaritos ni de mariposas, estaba allí, bella pero sola.
La soledad de esa bella flor tuvo de pronto alegres acompañantes, era un enjambre de abejas que volaban en círculos y zumbaban en torno a la flor, y al parecer eso a ella le agradaba, y quizás por eso, se dejó cortejar por las alegres abejas, dejando que ellas libaran su néctar y fabricaran la miel para que endulzaran la vida en su nombre.
Ese día el señor orfebre construyó un hermoso collar en recuerdo de aquella mañana primaveral, donde un enjambre de abejas hicieron un bello homenaje a la flor más hermosa del jardín en aquella vieja casona, ante la mirada sorpresiva de su viejo dueño.
¡Ese día, nació un collar!
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