Cada día me siento aquí, poso mis dedos
largos y nerviosos en el teclado negro
y sus letras blancas parecen desfilar
para ver a quien le toca saltar a la palestra.
Alguna se alegra por estar donde nunca ha estado,
pero le dura poco su alborozo,
de un solo pulso es borrada y volverá
a los lugares habituales, muchas veces aburridos.
Me toca a mí, piensa la “hache” y duda si en verdad
tiene que estar la fila, siendo muda;
oye gritos e insultos que la hacen sentirse
desubicada, el diccionario se burla y le dice
que se vaya.
Hay silencio y quietud y las teclas me miran y se miran,
veo en sus ojos recelo, desconfianza…
¿¡No dejará aquí, no se le habrá dormido
otra vez la inspiración!?
Se tranquilizan al ver que las yemas
de mis dedos caen gradualmente sobre ellas,
las acarician y comienza nuevamente
su danza de dichos y palabras.
Ahora sí es mi momento, dice la “a” y va a reunirse
con las amigas de siempre, las que adora por tiernas,
por ser las dulces compañeras y allí va primera…
y llama a la “m”, a la “o”, a la “r” a la que aclara: tu sola,
no traigas la melliza, que esto es suave, tan suave
como el amor de quien lo escribe.
Cansadas de saltar de un lado a otro, formadas
como Dios manda en palabras que brincan su alegría,
se quedan quietas, adormecidas, y mis dedos
se van cruzados a orar ya sin las teclas,
no sin antes pulsar las últimas cinco,
consabidas, repetidas, ilusionadas:
TE AMO.
29 Octubre 2009
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
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