Cada persona de libro que vivo
funciona como un ladrillo
en mi personal diario,
que escribo apreciando cada minuto
de pluma y tinta que derramo
con la elegancia pura del escritor con estilo.
Cada vía que construyo con la pluma
llama con llanto de bebé un tren que la surque.
Arraigada nostalgia de aquel que busca
un camino interminable
entre el orden y el destino.
A cada objeto, que me ayuda a plasmar
los contextos de cada vía, de cada persona de libro,
que me dan el equilibrio diario y la estabilidad
que para continuar apreciando necesito.
Los amores de la mayoría de los capítulos,
los únicos que ocupan en el diario
los momentos más tristes y los más bonitos.
Jugando a dos bandas como gusta al duelo
enterrando los recuerdos tan solitarios
que dejan surcando cuando ya el tren ha pasado.
A la familia pocas palabras le escribo,
viento que se las lleva para dejar los hechos
más solidos y palpables aunque la luna se apague.
Por último los sentimientos más sentidos
que igualmente plasmé en mi librito de memorias:
a cierto abismo creo llamarsele "olvido" pero ya he olvidado;
al amor que aun la luz apagada consigue revivir el calor;
a la soledad tan buena que sólo está en los malos momentos;
a esos tres sentimientos yo les escribo por haberme acompañado
en esta vida de eterno estudiante fracasado.
No me ha faltado de nada, todo lo he vivido,
el color de las mejillas al ver a la chica,
el clavel de tus ojos que encienda mi llama
o la más cara de las sensaciones de una dama.
Y le pido al olvido que me consuma en la mente
de cada ser que he conocido, pues me quedo satisfecho
siempre fui y estuve, y con eso y contigo
me basta para decir que estoy conforme con la felicidad que he tenido.
Siempre a tu lado, nunca mi olvido te ha perdido.
Siempre mi soledad te ha disputado el sitio.
Y siempre el amor me ha ayudado a vencer mi destino.