Las horas carcomieron nuestra mente
cuando fuimos separados a golpes de destino
por las amarillentas tareas cotidianas.
En nuestras almas sentíamos agonía.
Tú, con trajín del día, yo, armonía de polvo
que se estrella en el torrente de la impaciencia.
Es el corazón que al no verte me atormenta.
Son las palpitaciones las que languidecen,
las que se tornan pálidas,
las que se vuelven rígidas.
Así que las horas deambulaban más tristes,
se sienten como los pájaros de trinos silvestres
cuando emprende el vuelo la amada.
Mientras, la abstinencia flotaba en el aire.
El tiempo nos quitó los susurros de amor.
Las horas se estiraron como ligas de castigo.
Y al vernos nosotros nuevamente,
tu voz gritó al amor.
Muchos besos se tornaron nubes y flores,
y las risas como alas de viento, volvieron,
sin perdernos las horas de amor.