Si los enamorados, supieran lo que pasa
con sus promesas al pasar los años,
se asombrarían de mirar. Entre nostalgias,
y sombras y fantasmas que se asoman,
recuerdos de tiempos que no vuelven más.
Como decía, si supieran los enamorados
qué sucede con sus promesas de amor
que en el loco frenesí de un beso
fluyen en ramos como rosas en botón.
Se quedarían atónitos, pasmados.
Pues con los años, las heridas, los
silencios, los escapes, los gritos,
los desencantos, la soledad compartida.
Y ese tropel de reproches que se dicen
en momentos de ira, o los que a guisa
de saldo pendiente quedaron guardados
en el corazón, asoman súbitamente a la
boca al por mayor en el peor instante,
Porque resulta que los dulces amantes
suelen transformarse en violentos
contrincantes al fragor de las reyertas,
cuando ya se muestran como son, sin los
ambages y recato del cortejo y se descaran.
Con el paso de los años, con el peso
de la edad, los achaques, sin la miel
del himeneo, no importan más los deseos
del otro al cónyuge indiferente.
Se lo callan con palabras. Se lo muestran
con sus actos. Los cuerpos se separan,
las almas ya ni se tocan, y ni las bocas
en un beso se provocan ni las manos se
entrelazan solo intercambian objetos,
pero del amor, no más ya hablan.
Amor que en otro tiempo se convirtió
en la carne y en la sangre de hijos.
Los inocentes testigos de su loca necedad.
Adiós a los amantes, adiós a los encuentros,
adiós a los \"te amo\" tiernos en la oscura
intimidad de un tálamo nupcial ya frío.
Adiós los abrazos, adiós las caricias,
adiós los desvelos, se alargan los días,
las distancias. También los anhelos se van.
No deja de ser triste la indiferencia
que existe en muchos viejos amantes.
Que el retrato de boda cuelgan porque
algo hay que colgar en un estante.
En el triste colofón de una sórdida
historia así, sucede que, cuando uno de
los dos muere, el cónyuge que pervive
suele hablar con el difunto en retrato
diciendo así, ¿Sabes? te extraño, ven por mí.