Cenicienta, le llaman en el
pueblo; siempre sube muy
alto amontonando sueños,
hace surco en el viento que
siembra de esperanzas sin
ver florecimiento de su
ardua jornada.
Cuando llega a las nubes,
volando entre sus sueños, se
convierte en niña o barca a
la deriva que el mar no
quiere hundir, que conserva
a flote junto a las ilusiones
hendidas en las olas del
viento, cuan honda
aberración.
Ella moja su siembra con
voces empeñadas que, desde
muy adentro, salen en
carcajadas encubriendo el
llanto que no puede
aguantar y alborota las alas
del pensar… posándolo en
nubes de algodón para no
avejentarlo.
Nombres sin apellidos,
María y su apelativo,
en el ritmo del tiempo
no encuentran el sonido de
amorfas esperanzas
sembradas en el viento,
caminan de cabeza
pensando con los pies muy
de espalda a la vida.
PABEDIZ.