Te me vienes a la mente nomás de recordar Calvillo; decías que bebías cerveza desde los siete
y fumabas faritos a los doce. Tus manos curtidas por la tierra y el azadón;
(cuello negro, frente seca y corrugada), me gritaban cómo se forja un hombre de campo.
Tras la sonrisa de niño, ocultabas tus penas que el aguardiente amainaba.
Cinco hijos ,tres nietos y una ejemplar mujer sostenidos por tus llagas y un mísero sueldo.
Cuatro de la mañana, de lunes a sábado, hasta que veías caerse el sol;
en medio de lluvia o frío ¡y qué fríos, y qué lluvias! no cualquiera Señor Murillo, ¡no cualquiera!
Por eso el aguardiente de los domingos, pa´ agarrar valor, pa´ agarrar olvido, pa´ morirte de a poquito...
Me dijeron que caíste como pluma al pié del guayabo, ¿dónde más?
Trabajando, ¿de qué otra forma?
Cuarenta años y ni un mendigo cinco pa’ tus muchachos.
Ahí se le veía a la doña, nomás chillando por su hombre que “se le jue joven allá en la huerta,
cortando guayabas pa un jijo…" entregando la vida al campo por sus hijos,
por su doña, por su tequila; allá en el pueblo de Calvillo.