No conozco París, confieso que las noches
me son lo mismo en el mar y en la arena.
A veces me imagino volando sobre las calles
gritándole al péndulo de la realidad
que me quedé sin aire, pero sigo vivo.
Cuando se apaga la luz de mis ojos
no temo que no vuelva a soplar el día.
Temo que, entre un verbo y unas cuantas oraciones,
no llegue nunca a conocer París.