Un poeta que siempre conversaba con una estrella,
Terminó enamorándose de ella.
¿Será que le corresponderá la estrella bella?
¿Para el brillará? ¿O en su locura lo abandonará?
Era a diario que él con ella conversaba,
Pasión y ternura nunca faltaba.
Pues él a ella sin saberlo ya la amaba,
Y en sus sueños cada día la añoraba.
Ella con su luz lo contemplaba,
Maravillada por sus versos ella quedaba,
Y se deleitaba escuchando, como él le platicaba;
A veces sentía como si ya le amaba,
Pero por el corto tiempo ella dudaba.
Un día ella pidió que su silencio comprara,
Y el poeta aceptó, para que siempre brillara,
Más en silencio él meditaba:
Si ese precio yo pagara,
Extrañaré su canto,
Y eso menguará su encanto,
Así que mejor ese trato no lo aguanto.
Estrella privilegiada,
Si tu silencio yo pagara,
Mi prosa se vería afectada,
Pues ya no disfrutaría,
el canto de tu llegada;
Mejor pagaré, por tu eterna compañía,
para que sea, por siempre mi alegría.
Cierta vez la estrella alborotada,
Por los versos que él redactaba,
Le pidió que de su don le regalara,
Y como él siempre en prosa le contestaba,
Le dijo:
“Cuando conmigo nades en el mar,
Allí te voy a probar,
Que esto es cuestión de amar;
Y te voy a besar,
Y de mi don te voy a llenar,
Para que nunca me puedas olvidar”.
Mas un día que de su cielo,
La estrella tuvo que emigrar,
La mente del poeta,
No pudo mas brillar,
Porque a ella sus poemas,
no pudo mas cantar;
y lo único que pudo, fue a ella suplicar:
¡“Estrella que de mi cielo,
Te has tenido que ocultar,
Con mi verso hoy te pido,
Que para mi vuelvas a brillar”!