Transitamos en la nave de la aurora
como dos iracundos huéspedes,
con nuestros trajes de cera sonrosada
y los ojos salpicados de trópicos
y las frases volátiles encalladas
como perlas en el océano
de nuestra garganta.
En la revolución de este sueño,
soy un espejo que dobla
tu figura celeste de rizadas
conmociones y turbulentos cerezos.
Un pliego en tu apariencia de rosa
soy, que protege de la escarcha
tus pétalos de cristal superado.
Cuando me llames como antes
a recorrerte en sutiles guerras
nuevamente traeré profecías
para enredarlas en tus arterias
de estrellas líquidas. Seré quien te
coseche alelíes para tu jardín de energía.
Seré tu pájaro en las sombras
del estío, entre las sombras de tu cabello.
Anduvimos por todos las estrechos recodos
de los bosques magnéticos: salimos
buscando la sapiencia de las mariposas
universales hiladas en el espacio,
olfateamos el humus de la sabiduría
sentimental, recolectamos hojas
perdidas de libros perdidos.
Fuimos hacia las constelaciones
de la pesadilla enhebradas en la tormenta
de nuestro pasado, vimos lámparas
sin fuego, raídas primaveras envueltas
en ataduras de lamentos y erectos
sellos de soledad.
Transitamos en la nave de la aurora
y acabamos en la misma playa primordial,
en la misma incertidumbre de las olas,
en toda esa arena de cuerpos dóciles;
desnudos paseamos por el precipicio del sol.