Para que yo llegara a contemplar la soledad
tuvo que pasar mucho tiempo.
Muchas heridas que cicatrizar
y muchas damas y amigos que se lleva el viento.
Navegué por mareas picadas con mi pequeño barco
rompiendo las olas con cierto arte,
y esquivando baches. Hasta aquí.
LLegado al puerto es lo que veo,
hombres de plastilina y un club entero.
La soledad tiene rostro demacrado,
patas de gallo y ojeras marcadas
por la soledad que ella misma padece.
No se si por alguna razón lo merece
pero está claro que es contagiosa
y no demasiado amistosa.
LLegados al punto llegué yo que me reconforta y,
aunque de mi habitat no se trate, si puedo decir
que tengo cierto aprecio a esta manera de vivir.
Hasta aquí. El barco se hunde y el agua picada
encharca mis pulmones.
El tobogán llegó a su fin
y ahora que definitivamente me hundí
me atrevo a ver la realidad y al demonio
su cara, y veo horrorizado que me espera
un mal fin de semana para toda la eternidad.
Y otra vez a esperar a que el viento se lleve
el recuerdo de estar solo y me traiga de nuevo
mi amada compañía, la soledad.