Cada mañana es una rutina casi mecánica, , despertar, encender la luz, colocar las noticias buscar todo lo necesario para darme una ducha, ducharme, vestirme rápidamente mientras pienso en prepararme un café, descartar el café porque ya es tarde, juntar mis cosas necesarias para el día, encender el celular aunque nunca nadie me llama….. ¡¡Ya estoy atrasado!!
Mi paso es acelerado y el mismo perro chico, feo y chascón no deja de ladrarme, mi mente divaga entre lo que tengo que hacer en el día, lo que no hice el día anterior…… y ¡un café! Pero al llegar a una plaza ya cerca del trabajo esta él, es un hombre de unos 50 o 60 años, su barba descuidada, su rostro duro y severo, curtido por los años en la calle y sus ropas sucias, el mismo chaleco que una vez fue nuevo y rojo, pero ahí esta cada mañana, sentado mirando hacia el este, mirando como el sol se levanta sobre los cerros.
La primera vez que lo vi pensé –pobre, debe estar esperando que salga el sol para que le de un poco de calor- pero su cara decía otra cosa, mostraba serenidad. Entonces pensé, pobre hombre no tiene nada, ni un techo que lo proteja durante la noche; pero seguí mi camino y no pensé mas en él, sólo pensaba en que pasaran luego las horas y volver a mi casa, en las cosas que tenia que hacer, las que no había hecho el día anterior en que otra vez estaba atrasado y ¡un café por favor!
Cada día fue igual, los mismos pensamientos, las mismas cosas y el mismo deseo por un café, pero al pasar por la plaza, por algún motivo fui cambiando la rutina, lo hacia más lento y por un momento me olvidaba de mi deseo incontrolable por ese café que nunca me tomo en las mañanas y ya no pensaba en lo que tengo que hacer o de lo que no hice, pasaba más lento, contemplándolo a “él”, sentado ahí, observaba su rostro sereno con la vista fija en el disco brillante que se ocultaba por momentos tras las nubes. Si, ahí esta cada mañana mirando salir el sol, con su chaleco rojo y sucio, que una vez fue nuevo. Nuevos pensamientos han nacido en mí, nuevas preguntas llenan mi cabeza, me pregunto ¿quién es? ¿Cuál es su historia? ¿Por qué cada mañana esta sentado en el mismo lugar mirando salir el sol? ¿Qué hace que un hombre que no tiene nada tenga esa mirada serena después de haber pasado una noche en la calle? ¿Por qué si yo tengo de todo lo que necesito no tengo esa expresión en los ojos? comencé a preguntarme……
Un día cuando pasé por la plaza no estaba “él”, lo buque con la mirada, atento a ver su chaleco que una vez fue rojo, pero no se veía en ningún rincón. Algo le faltaba a mi mañana, a demás de un café, ¿Quién acompañaría al sol salir de entre los cerros?, a paso lento y buscando ese “alguien” que le faltaba a mi mañana, cruce la plaza, no estaba. Y todo cambio en mi mañana, ya no deseaba mi café, ya no me preocupaba las cosas que no hice o las que tenia que hacer, me preocupaba “él”, el hombre que cada mañana acompañaba al sol mientras salía, el hombre que nadie ve, aquel hombre al que unos llaman mendigo, pordiosero, por darle un nombre, pero muchos, simplemente solo hacen la vista a un lado y hacen de cuentas que no existe….. Yo fui de esos.
Los días siguientes me levantaba antes de que mi concierto de alarmas comenzara su rutina de canciones y sonidos que tenían por finalidad sacarme de la cama, pero más bien sacaban de la cama a todos los vecinos y menos a mí. Una ducha para sacar los últimos vestigios de pereza de mi cuerpo, un café, tomaba mis cosas y salía de la casa con paso lento y relajado, respirando ese aire distinto de la mañana, mirando lo que había a mi alrededor, disfrutando el momento, hasta el perro chico, feo y chascón dejo de ladrarme y la verdad es que ya no me parecía tan feo ni chascón.
Al llegar a la plaza me sentaba un momento en una banca cercana a la de “él” (¿Quién era yo para ocupar su banca?) y ahí me quedaba un momento mirando el sol levantarse….. ¡¡Que espectáculo!! Cada mañana era distinto y los pajaritos parecían celebrar el momento cantando canciones nuevas cada día. “Él, el hombre que acompañaba el sol en las mañanas” nunca lo volví a ver, pero cada mañana le guardo su lugar y estoy seguro que está en alguna otra parte enseñándole a un “alguien” a disfrutar de las mañanas, sin pensar en las cosas que debe hacer, en las que no hizo y en el café que pudo haberse tomado si se levantaba un poco más temprano para ir a acompañar al sol salir de entre los cerros.
Nota: En alguna plaza cada mañana esta “él”, con su chaleco rojo y su barba entrecana y descuidada, mirando como el sol se levanta de entre los cerros. Si lo encuentras, no lo perturbes, imítalo, detente un momento y disfruta de las cosas sencillas de la vida.