Y yo que me creía íntegro,
un buen ejemplo como padre,
que vivía en la iglesia orando,
que no me importaba otra,
y para mi mujer era un santo.
Que jamás me vio la luna,
cruzando por aquel charco,
donde decían,
se bañaba desnuda,
la mujer más bella,
de aquellos lugares.
Que para ir a la iglesia
siempre me vestía de blanco
porque blanca era mi alma,
hasta blanco era mi retrato.
Dios me miraba orgulloso,
así opinaba mi hermana,
pero una tarde junto al río,
vi. desnuda a la mujer del relato.
Que no me importa mi mujer,
que no me importa ser un santo,
que la iglesia la muden del pueblo,
porque con esa morena
desde hoy, hago un trato.
Que me visto de negro,
que me lleve el infierno,
que la luna me vea, con ella,
del otro lado del charco.
Que me abandoné mi mujer
y mis hijos digan,
que soy un perturbado,
pero con ese cuerpo, morena,
me quedo, por un buen rato.