A menudo veo sus ojos cansados,
la caracola de su barba,
el imprevisible surco entre sus ojos.
Puedo vigilar sus manos
la obscena zarpa de sus dedos.
Observo el miedo tras sus arrugas
aferrado al gris de sus cabellos
el pozo triste de su mirada
el humillado pliegue de sus labios.
Veo el peso de los años
de ilusiones perdidas por el camino
de los juguetes rotos, del naufragio
de recuerdos atrapados en el tiempo
sin futuro ni presente, ni hoy ni ayer
asustado espíritu de pájaro ciego.
Miro a ese hombre extraño y enemigo
terrible y silencioso. Solitario prisionero
atrapado en el brillante azogue
encadenado al fondo del cruel espejo.