La luna estaba fulgurante y redonda, lucía hermosa brillando en lo alto del cielo, en una noche del mes de enero fría y estrellada.
Esa noche la luna quiso ser maestra, y sin perder tiempo, tomó el brillante cielo como un enorme y brillante pizarrón y a un resplandeciente lucero como una pequeña tiza, para así poder explicar al viento las primeras letras. Sí, esa noche la maestra luna explicaría al viento las cinco vocales, para ver si así mientras el viento soplaba de un lado a otro entre las montañas, las selvas, los ríos y los pueblos podía ir deletreando las cinco vocales; la A, la E, la I, la O y la U.
El viento estaba distraído y no prestaba atención a la maestra, se movía de un lado a otro y no escuchaba con detenimiento la explicación; tanta era su falta de atención que no aprendió a pronunciar la letra A, ni la letra E, ni la letra I, ni la letra O, aunque la luna estuvo toda la noche explicándole.
Ya en la madrugada, cuando ya la luna se iba porque estaba amaneciendo y pronto saldría el sol, la luna explicaba al viento la última vocal; el viento al ver que su maestra pronto se iría prestó mucha atención a la clase, y aprendió a pronunciar la última vocal, la letra U.
Y desde entonces hasta nuestros días, escuchamos al viento soplando de un lado a otro, entre bosques y montañas, sobre ríos y praderas, cantando alegre uuuuu, uuuuuu, uuuuuuu, la única vocal que pudo aprender de su maestra luna, en la clase de vocales aquella noche de enero.
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