Las paredes se llenaron de calcio,
de vitaminas almibaradas, con colores sedientos.
La fuerza nutricional de la casa
sembró una línea de límpido
trecho que hasta mi cama te aventuró.
Te paseaste, leve y potente; limpios
ropajes como un resplandor.
Mi lecho con frutas fue cena.
Había naranjas, cerezos, ciruelos destacados.
Cultivé sólo para ti uvas del espacio,
y giratorios limones.
Te recibí como quién agasaja realeza,
sobre tronos azulados,
cortejos de prodigios danzantes,
enroscadas antorchas,
blancuzcos abismos…
Mi sensibilidad se abrió
a la galaxia de tus manos,
en tus labios sorbí el último atardecer.
Abracé tu cuello de Babilonia.
Me olvidé en
tus ojos de greda primordial.
Así comenzamos el banquete
con manjares conmocionados, descendientes,
con virtuosismos rebelados.
Preparé para ti bandejas de luna
y afrodisíacos arroyuelos
que acrecentaron tu emparejado
extravío.
Fue un océano de proteínas,
con anidadas rompientes, azuladas espumas,
peces azules. Prehistóricas lenguas.
Mieles de leones y mieles de jaguares.
Mis venas treparon planicies vigorosas,
descendieron a calladas rosas.
Se agitaron monedas de plata
y de vida.
Mañana no sé
si esta mesa servida de verduras gozosas
y epicúreas frutas permanecerá fastuosa.
El destino cultiva dardos de amapola,
sólo ellos conjugan mi fe
y mis nostalgias.
En lo que hoy fue gaudeamus áureo
mañana pueden erigirse
niveladas espinas…