En la colina de adviento,
la oscuridad se esconde detrás de sus ojos, muy cansados de arañar a la Tierra en el paso gazmoño de su hambre enferma. Ahí donde el olvido entreteje su lecho la vida se abre paso cojeando, no sangra porque la sequía le persigue y las lágrimas se evaporan de su cauce. Solo, ante esa inhóspita indiferencia surge la mirada enzolvada de un niño. Me observa desde el desierto ya muerto,
tan solo me pide auscultar su miedo.
Clavel Rojo
Alejandra P. Rodríguez Espinosa. Todos los derechos reservados.