Hoy somos autómatas de gestos roídos,
de frases trilladas y ojos hundidos.
Recorremos ciegos estrechos caminos;
caminamos solos y en nuestros destinos
distinguimos formas, gestos y tamaños
sin diferenciar verdades de engaños.
Somos como niños de muy corta edad
que al fijar los ojos en la inmensidad
recogen imágenes de objetos extraños
y a pesar de todo y después de años
para nuestras vidas siguen siendo extraños.