Mi casa era un hogar azul/
Al ritual en las rodillas de mi padre
Cabalgaban en prado brioso los potros de la vida
abriendo sus portales de narices/
El naranja jugaba
con la luz del alba,
el viento sin longitud
agitaba su pañuelo de secuestro/
Mis parras recuperaban los imantados aromas
cuando los colgajos vecinos abrían su víscera de olor/
En su dulce acritud
la loción del poliglota quinoto
hablaba el idioma de la rosa/
El enano limón maduro se agigantaba
adulando seductor las tilas perfumadas/
La medida del ojo era impronta
que extendía la hora
de la tenaz tristeza de la tarde/
Aún mi húmedo ojo cristalino
tiene la mirada clara del niño
y la habitual sacudida en calesita
en las largas piernas de mi padre.