Una mañana en mi Guatebella, durante mi rutinaria actividad en el laboratorio de Química de la Universidad, me asomé por la ventana a observar la naturaleza al derredor del edificio donde laboro (árboles grandes; vivero de cafetos, limón y mangos; muchos matorrales y flores silvestres). Abrí algunas ventanas pequeñas para respirar el aroma del aire fresco, que olía a limpio y a verde. La noche anterior había llovido y de las hojas aún pendían las gotas de la lluvia nocturna. El cielo se veía celeste, hermoso, arrastrando pedacitos de nubes alargadas y muy blancas. El sol iluminaba el ambiente con sus tenues rayos sonrientes y en la soledad del recinto una paz se percibía.
No ululaban las sirenas de ambulancias, ni había ruido de vehículos transitando por la cercana carretera, ni el bullicio de los inquietos estudiantes que más tarde llegarían con su usual algarabía. Todo era calma, únicamente mi presencia y…, aquella naturaleza externa que apenas, se movía. ¡De repente…! Un pájaro negro azulado entró por un pequeño espacio entre las persianas de la ventana. Revoloteaba por todos lados en el extraño ambiente. No encontraba la salida, y yo rápido corrí a abrir todo el ventanal, aún así el pájaro, no tenía orientación; quizá estaba débil o se sentía perdido al verse entre paredes de cemento y utensilios de cristal.
No pude orientarlo hacia el exterior y extenuado se posó en un rincón. Pido ayuda, y en ese instante entraba mi asistente, con toda delicadeza lo toma entre sus manos y lo lleva afuera. Lo coloca en una rama del árbol que estaba próximo al edificio donde nos encontrábamos, yo muy callada observaba a través del ventanal. Un poco aturdido permanece quieto durante un rato, luego alza el vuelo entre los árboles y matorrales que circundan el lugar. Pero, al volver a mi actividad normal, mientras preparaba la experimentación del día, escuché un ligero golpe en la ventana grande… ¡Era el pájaro azulado! Se posó un momento en la cornisa observando hacia adentro y…, de nuevo alzó el vuelo hacia la arboleda. Su desplazamiento era ya fuerte y seguro. Se perdió entre las hojas humedecidas dejando un trino especial.
Pensé: ¡Qué lindo! Vino a dar gracias a este ámbito de piedra y de cristal, dejándome una sonrisa y una reflexión. “Si una avecilla hace un gesto como éste, cuánto más los humanos debemos agradecer por el apoyo desinteresado que recibimos a diario”.
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Un año después cambié de lugar en el mismo edificio y no he vuelto a encontrar una situación similar, ya no hay árboles frente mi ventana, ni visito seguido el laboratorio. Por ello cada mañana cuando llego a trabajar paso por el jardín de rosas al lado de mi oficina y me detengo un instante…, tomo una fotografía mental del rocío aún bañando a cada flor, agradezco por el aire que respiro y la vida que me ha dado el creador.
©Lissett