Erase una vez un horizonte de mar y yo
de pie en la orilla, viendo y pensando.
Atardeceré a tu lado, después de todo,
después de dejar de resistir irme a ti.
Las nubes se alejan como pueden.
Huyen, nos dejan lluvia y licor aguado.
Cerca, en tu labio hay un gesto lento
del color de la flor que se abre a tiempo,
como puerta oscura y fragante,
entreabierta apenas separando el grato misterio
de aquellas dos en mis manos y dedos, dadas.
Dulces del mar tendido.
Está por llegar sin prisas, será pronto.
Apuramos del vaso terso e inocente.
Cada gota y todas se deslizan hacia el aire.
Intervienen en nuestro asunto de ola y brisa
con desverguenza.
Te acepto la noche y el año mas largo.
La calma, el equipaje de tu boca.
Acepto que cantes la línea imaginaria,
el torrente, el límite de la voz,
el misterio de los hilos que suspenden al sol
del tejido de la tela azul.
En mí persiste el oleaje tuyo
como todas las tardes, sostenido,
hasta que atardezca a tu lado
cuando vuelva a tu mar.