A mi hermano Alberto Urdaneta. Este poema lo escribí al día siguiente al del sepelio. A su memoria lo dedico.
A mi hermano Alberto, 1943 - 2009
Grandeza y ausencia
TODO CAE EN EL SILENCIO
I
Todo cae en el silencio de la tierra:
las aguas tormentosas de las nubes
y el cristal del arroyo o de la acequia.
Todo llega a la sombra
de magma y piedra,
y allí queda.
Resplandeciente en el fuego de la noche,
la tierra ilumina en fragor
de voces roncas.
Guardan las claras ciudades
la música de enseres perdidos,
y en el sopor de las tardes
circulan las golondrinas
en ascenso de viento,
a otros parajes.
II
Eran sagradas las ramas del bosque,
sagrado el aire matinal
y el rojo manto del atardecer.
En el piélago verdoso
los bajeles llevaban mercancías,
llevaban a los hombres:
una misma ola por el mundo,
la espuma igual que las galaxias.
Y quedaban en la tierra los adioses,
los pañuelos y las sirenas de las naves,
amor y mar en el mismo lecho.
En la profunda tierra
estaba la luz del rescoldo,
renuente a entregarse a la noche
para renacer de nuevo.
Volcán de cortezas incendiadas
por el perfume de las grutas y las piedras.
III
Dormías bajo la llovizna,
sobre el mármol de la luna.
La sombra venía a la sombra
en las riberas del cauce.
Era tu cuerpo de carne regia,
bronce de vino y de rosa,
esmaltado con el oro del mundo
en la breve hora de la tarde.
Adánico,
levantado en columnas florentinas,
en una mano la honda de lucha,
en la otra la espada benigna.
Se te hizo montaña el tiempo,
un coral de horizontes se alumbró
con la pura voz del alba,
y creció en cascada
el tambor de la victoria,
y fue canción de fantasía
que trazaba geometrías en el aire
con el verbo inasible del poema
o el exacto compás sobre las plazas.
IV
Una vez era el rocío,
como el sueño;
otra vez limpio torrente,
cabalgata del esfuerzo.
Pero en la extensa jornada,
fueses piedra o fueses viento,
en el puño la gloriosa bandera
del triunfo compasivo
por el dolor de la espera.
Ibas tras la rubia carrera de las nubes,
canto rodado en los arroyos
del cielo,
el otro cielo de burbujas
que bullen al sonar de las campanas
desde lejanos y fríos templos.
V
Ahora te guarda el silencio,
todo cae en el silencio de la tierra,
y no hay luz ni movimiento
ni rumor ni llanto.
La hora suspendió la arena de su reloj de tiempo,
la llama coloreó la estancia del misterio.
Ahora estás en otro cielo
sin ángeles ni trompetas,
y el único adorno en tus manos
es la lumbre inacabable,
la brillante antorcha de tu alma
que enciende la noche.
Alejo Urdaneta
19 de febrero 2009