Posó los dedos en su pelo salpicado ya con hebras de estrellas.
Y el hueco de las manos llenó con la luz de su tez morena.
Los labios carnales y hambrientos besaron el rictus de Tu boca.
Y la desvergonzada lengua audaz se perdió en el umbral de las sombras.
Lo adoró descarada y posesiva, hembra voraz; mujer ternura.
Descendió la montaña de mi cuerpo disfrazada de frugal espuma.
La piel vibrante perlada, el alma desbordando deseos.
A mi se entrego sin guardarse nada, con él gozó saciando anhelos.
Más tarde cansada, se refugió en mis brazos
ardientes como nocturnas fogatas
y entornando los párpados soñó, que sobre la luna levitaba.
Lunas y lunas doradas de encajes.
Vendavales de pasiones reprimidas,
Caricias...
Llegó a mí desde una cordillera de cúmulos.
Impalpable eco, disfrazado de humo.
Una exhalación incorpórea,
un espíritu de alas,
robadas a una diosa abúlico.
Traía el sol ubicado en la mirada
e iluminó la penumbra de mis grises ojos.
Arribó fundiéndose en mis sueños,
inundándolos de sonrojos.
Cubrió mi testa de estrellas,
halagó mi vanidad de espuma,
serenó la interior tormenta
que azotaba mi alma importuna.
Con ella me volví espejismo,
ataviado con gasas etéreas,
nos escabullimos volando en las sombras
hacía una galaxia asperjada de cometas.
Derrochamos sentires magicos,
una diosa y un dios, el amor dilapidando.
Y los corazones bailaron,
engalanados con tules encarnados, una danza ancestral
hasta que la impertinente aurora
nos instó a despestar