Un silencio sepulcral marcó la hora
de quedarse solita en la morada,
por mi mente, pasaron muchas cosas,
en medio del pesar... no somos nada.
Salí con la mirada entristecida,
con el rostro bañado por el llanto,
no podía entender lo que pasaba,
decirle adiós, a quien se quiere tanto.
Y la tarde lloró, con la partida,
de aquella que fuera tan querida,
la tierra la recibió en sus entrañas,
para dejarla en un letargo adormecida.
¡Allí, se quedó la niña pálida!
envuelta en mortaja de blanca albura,
aún se reflejaba su hermosura,
por los rayos de luz de aquella luna.
En un sueño de nunca despertar,
la niña pálida comenzó a soñar...
es un sueño sin principio ni final...
es un sueño que la llevará a la eternidad.
Y la que fuera, más querida que ninguna,
descansa… Y en el verdor de la esperanza
se abren los capullos que el sol baña,
de las rosas que florecen en su tumba.
Se quedó la niña pálida, en un sopor profundo,
se despidió con prisa de este mundo,
dejándonos el corazón adolorido
y en el alma, un enjambre de quejidos.
Y cuenta el sepulturero…
después que pasó el entierro,
vio a un cortejo de querubes
rondar por el cementerio.
Tomaron a la niña bella,
la subieron en una nube,
se fueron con ella al cielo
para convertirla en estrella.
Desde entonces, en el firmamento
nunca se apaga un lucero...
Esa es la luz de mi niña...
aquella que tanto quiero.
No apagues tu luz mí niña,
piensa que te estoy mirando...
No apagues tu luz mí niña,
Sigue… sigue rielando.
Felina