Ni tú mismo puedes entenderte
mejor de lo que yo te entiendo.
Porque antes yo caminé dejando
las huellas sobre las cuales
ahora pisas tú.
Porque yo sentí el agobio
del mismo sol que ahora
se desploma sobre tus hombros
y los fatiga.
Porque sé de tus noches
de insomnio porque yo las viví por ti
años atrás para que se convirtieran
en una profecía para tu vida que
te advirtiera del peligro, no para que
fuera sentencia inexorable sobre tu vida.
Porque yo mismo los viví,
no lo conocí de oídas.
Cada recodo del camino, cada cuesta,
cada sima, cada páramo desolado
lo caminé por ti,
para que tú no padecieras el mismo oprobio,
y traté de decírtelo de tantas formas
y tonos de voz, y con tantos ejemplos como pude.
Pero no quisiste oír.
Tu orgullo y tu rencor contra todo,
fue más fuerte que la prudencia y hete aquí.
Yo, duermo tranquilo pensando que
Dios te guarda porque Él
me lo ha prometido y yo le creo,
porque antes, así lo hizo conmigo.
Pero tú, ahora conoces el rigor
que se esconde tras la dura tarea
de hacerse hombre
cuando se sube la cuesta sin la provisión
de una buena vara en la cual apoyarte,
ni una alforja para guardar tu pan,
ni un odre para el aceite,
con el cual curarte los ampollados pies,
ni las quemaduras de la piel.
¡Oh, si ahora comenzaras a creer!...