Y en la puesta del sol,
tus ojos de mirada calmada
embellecían más tu rostro,
y el mar aclaraba tus ojos
venidos del cielo como dos resplandores.
Y la inmensidad de tus deseos alados,
volaron con la fuerza de un relámpago
a las entrañas de mi propio corazón,
fue entonces cuando me aferré a ti,
a tu figura, a tu sonrisa, a tu pasión.
Y en mi alma sólo un sentimiento,
el tuyo, amor de mis cielos,
y en la bóveda celeste a gritos digo,
se podrán marchitar las flores
en la aurora radiante,
se podrán extinguir
las olas bravías
de los mares,
pero nunca, nunca,
el bello resplandor
de tus dos luceros.