Aquí, bajo de esta lápida ,
yace un hombre a quien nadie
le dedicó un epitafio.
Era un poeta que insistía en cantar
a todas esas cosas que se dicen pequeñas
una flor,
un libro,
un pájaro…
Su madre decía que nació sin muchas ganas,
que de niño cuando escribía le estallaban los bosques.
Era el rostro del invierno y el fulgor de la llama,
También aprendió
a vestir de primaveras los otoños
y a veces
era un sitio en el campo,
una galaxia en el Universo
o tan sólo un hueco en el lago
donde ahogaba sus tristezas..
Hablaba del rumor de la lluvia,
de la música de la brisa al caer,
del pudor con que miraba
a la niña que a los ocho años
le dio un beso y salió corriendo.
Se preguntaba
cómo será el amor en la otra vida
y más que a la muerte le temía
el estrangulamiento de las ideas,
al encarcelamiento de la palabra
En esta lápida sin nombre me pregunto
por qué rumbos transitan nuestros muertos
y solo percibo el latido impaciente de un ángel
que me sonríe y me extiende la mano.
.