Un vaso que algún día contuvo cerveza (y vida)
es agitado por el viento frío en el fondo del cementerio.
¿Es que alguien quiere emborrachar a los muertos?
¿Acaso se pretende que cuenten ahora lo que nunca sintieron?
Si se creían a salvo de toda intromisión, se equivocaron.
Tal vez pronto las palabras de un muerto alimenten las portadas,
como si no fuera bastante noticia que los muertos hablaran.
El olmo no se equivoca al señalar el camino de los féretros,
y los cipreses tejan las necrópolis desde antaño,
sin que las grietas de la ciencia provoquen poros en sus hojas.
Dejemos que callen los muertos y los árboles.
Escuchemos el sonido de la verdad en el silencio de las tumbas.
La muerte es el testamento de sabiduría que nos dejan
quienes caen a no se sabe muy bien dónde.
¿A las golosas bocas de los gusanos?
¿Al espacio, devuelta su energía al estelar origen?
¿A un juicio sumarísimo del Alto Padre?
¿A ningún sitio, simplemente…?
Solo sé que sus vacíos cuerpos no tienen la respuesta.
Dejemos, pues, que descansen y olviden.
Una vez muertos, me parecen todos igual de buenos.